sábado, 3 de octubre de 2009

Los ríos de Cayucupil: Butamalal y Caillín, son las lágrimas de la Piedra del Aguila. Por Ernesto Parodi

Una vez por allá en mi infancia, recorrí ansioso lugares que me hicieran soñar en el camino a mi vejez; fue entonces que me adentré sin querer en una cadena montañosa de enorme atractivo para la mente. Pescando en sus ríos de aguas engañosas y difíciles de leer, encontré en aquel lugar el recuerdo que hoy atesoro en lo más profundo de mi ser como “pescador”; otros parajes no han logrado invadirme de tal forma.

Aún camino por los recuerdos de los “Pincheira”, fue allí donde comencé a conocer la pesca con langosta viva, hoy trato de imitarlas atando una mosquita. La música que vierten sus correntosas aguas alimentan mi pasión por la pesca; la velocidad de las truchitas mientras atrapan una mosca flotando, me hace sentir que aquel nerviosismo, por un instante, se transforma en la pasión más grande de mi vida; no obstante tiende a esfumarse con el olvido que produce la lejanía de donde realmente quisiera estar. Más atrás de hoy, llevo el recuerdo fiel de mi origen de pescador de corazón.

Una vez más la pesca hace milagros en nuestros corazones, es como los recuerdos que llegan a nuestras mentes cuando un aroma nos transporta en el tiempo.

Sería egoísta pensar que los ríos de Cayucupil existieron sólo para quienes los hemos disfrutando tratando de preservar sus especies, las generaciones provenientes de nuestras vidas también se merecen el regalo que Dios nos provee a través de la naturaleza, es por ello que me atrevo a retarlos a un encuentro de conciencias que permitan promover el cuidado por estos parajes.

Las lágrimas de la Piedra del Aguilera no arrastran penas, sólo son lágrimas de alegría; es por ello que cuando llegamos a esos parajes se siente el contagio por la alegría de vivir; pasado el tiempo, revivir aquellos momentos de compartir con esos sentimientos, te embarga una nostalgia que sólo es evitable regresando a pescar.

Dejar de llorar de alegría podríamos llorar por pena; si depredas las vidas que allí habitan, y si el hombre con su hambre de lograr beneficios económicos, le deja caer trampas en sus afluentes para lograr cambios en la energía, de hidráulica a eléctrica; veremos morir nuestros recuerdos y también nuestra fuente vital de energía que nos permite día a día sentir que estamos vivos.

Dejemos que la Piedra del Aguila continúe llorando, para que así todos tengamos nuestra fuente de energía que ilumine nuestras vidas.
Ernesto Parodi

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